El inexorable paso de las estaciones se sucede con su lenta cadencia, sin prisas, pero sin pausas, tiñendo de colores rojos y ocres los otro hora vibrantes verdes del verano.
El arce buergerianum producto de fusión de plantones, parece que quiere agarrarse a los plomizos cielos, en un desesperado intento de alcanzar los tímidos rayos de luz que se filtran entre las densas nubes.
Las hojas se arremolinan en una amalgama de tonos, mezclados caprichosamente por la mano del azar.
Sanguíneas hojas se van desgranando una a una
Ramilletes caprichos teñidos de delicados matices aparecen aquí, y allá
Son los arces, los que mayor diversidad presentan. Permitiendo a los cansados ojos, regocijarse con las delicias del otoño.
Manzanos y olmos, igualmente van dejando caer las caducas hojas
La higuera se pone amarilla de envidia, por no poder mostrar los mismos matices que sus exoticos compañeros de viaje
Igualmente la morera, se desvanece en áureos resplandores.
El olmo seiju junto al nire, aún se resisten a perder la lozanía
Es en los troncos, donde se va acumulando la energía producto de la fotosíntesis, haciendo acopio de reservas, para afrontar los fríos días por venir.
En un rincón, como con quién no va cosa, la pequeña buga sigue con su tono rosado como el ciclamen
Indiferente, por el momento, a las inclemencias del tiempo, continua con las brácteas semejantes a las mejillas de pudoroso efebos jugueteando en un vergel.
Dentro de no mucho, el festival de colores cederá su sitio a las desnudas ramas, que se encogerán bajo el frío del invierno, atenazadas por los hielos que se clavan como puñales inmisericordes. Esperando, tal vez, que llegue una nueva primavera que les devuelva su dosel, dosel que ahora, cuál fantástica quimera se va desvaneciendo, diluido por el paso del tiempo, en la inmensidad del olvido.